DULCES SUEÑOS

El sueño es muy beneficioso para el bebé, ya que durante este período regula su organismo y segrega la hormona del crecimiento. Además, produce anticuerpos, lo que fortalece su sistema
inmunológico y potencia su desarrollo físico.

Durante el primer mes, el bebé pasa la mayor parte del día durmiendo. De hecho, las tablas
indican una media de 16 a 19 horas diarias que se dividen en siestas diurnas y nocturnas. El bebé, especialmente durante las primeras semanas, vive ciclos cortos en los que come, duerme y le cambian el pañal. Este bucle se repite una y otra vez y es la primera rutina que conoce. Por lo tanto, el niño se despierta cada tres o cuatro horas porque tiene hambre. Una vez despierto, lo normal es que tarde de una a dos horas en volver a dormirse.

Hasta los seis meses, los bebés pueden despertarse al sentir hambre, aunque si al principio lo hacen cada tres o cuatro horas, luego este período se alarga hasta las cinco o incluso las siete horas. Esto se produce tanto de día como de noche, por lo que durante los primeros meses de vida del niño, los padres deberán adaptar su descanso al de su hijo, establecer turnos para atenderlo o incluso recurrir a la ayuda de familiares.

A medida que el niño se va desarrollando, también van cambiando sus ciclos de reposo y disminuyendo sus horas de sueño diarias de forma progresiva. En este punto, se pueden establecer plazos teóricos, como a partir de qué edad el niño duerme de un tirón durante la noche. Pero este dato no es una verdad absoluta y, en ocasiones, presiona a los padres si en su caso no se cumple. Es un error: cada bebé es un mundo que evolucionará con unos tiempos diferentes.

Rutina nocturna

El objetivo prioritario para lograr un descanso adecuado no es cumplir las estadísticas a rajatabla, sino establecer una rutina que conduzca al niño, de forma natural, a dormir por las noches sin problemas. Generalmente, los bebés duermen cuando se sienten cansados y seguros, condición que les permite relajarse y conciliar el sueño. Es importante establecer un horario para dormir y respetarlo, pues será uno de los factores que definan la rutina nocturna del niño.

Otra de las metas que hay que conseguir es enseñarle al niño a diferenciar entre el día y la noche desde las pocas semanas de vida. Para conseguirlo lo idóneo es que, durante el día, haya luz en toda la casa y se mantenga el ruido habitual pese a que el bebé esté durmiendo. Por la noche, la luz tenue, el silencio o los susurros le ayudarán, poco a poco, a comprender que se trata de un tiempo para descansar y dormir.

Un baño de agua tibia, un masaje, un cuento, un osito de peluche,… Los objetos o las acciones rutinarias dan seguridad y calma a los niños. Por una parte, consiguen que el niño sepa que se acerca la hora de irse a dormir. Por otra, algo tan simple como su juguete o su manta pueden ser la clave que le de la tranquilidad que necesita para dormirse o incluso para mantener la tranquilidad si se despierta durante la noche.

Como tantas otras cosas, también en esto se recomienda aplicar el sentido común. Contarle un cuento o dejar que duerma con su muñeco favorito es aceptable y tiene un efecto beneficioso para todos. Ahora bien, si la sesión de cuentos se eterniza o el niño quiere tener todos sus juguetes en su cuna todo pierde su sentido y deja de cumplir su función.

Aunque los padres acompañen al niño en sus rituales, la mayoría de los expertos señalan que hay que evitar dormirse con él. Es aconsejable intentar salir de la habitación antes de que se duerma para no crearle una dependencia que dificultará, en un futuro, que el pequeño se quede dormido solo. Al principio será difícil y el bebé reaccionará llorando. Ante esta situación, se recomienda esperar unos minutos y, después, entrar en su habitación, tranquilizarlo, indicarle que se duerma y salir de nuevo. Si vuelve a llorar, se repetirá la misma acción y, poco a poco, los padres tardarán un poco más en entrar a la habitación para que el niño se dé cuenta de que, pese a sus protestas, no va a salirse con la suya. La paciencia y la firmeza de los padres son fundamentales para el éxito de esta medida.

De la cuna a la cama

El cambio de la cuna a la cama suele producirse cuando el niño alcanza los dos años de edad. Esta es una recomendación generalizada, aunque en realidad debe hacerse efectiva en función del desarrollo del bebé. Si la cuna ya no resulta tan cómoda como antes o tiene libertad de movimientos y puede salir solo, es el momento de pasar a la cama.

Para que el niño acepte el cambio, este debe hacerse de forma natural haciéndolo partícipe y durante una etapa en la que esté tranquilo. Dormir una siesta en la cama antes de abandonar definitivamente la cuna o dejarle que se lleve su osito son medidas sencillas que facilitarán el tránsito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario